En los comercios, los productos se pesan y se tasan en gramos de oro. Con 0,02 gramos se puede comprar un paquete de harina de maíz; con un gramo, una bolsa con productos básicos como pasta, aceite, margarina, ketchup y leche en polvo. Un gramo vale entre 85 y 100 dólares, pero conseguirlo exige horas de trabajo en condiciones precarias.
El Dorado, con unos 5.000 habitantes, ofrece escaso acceso a servicios bancarios. Los mineros podrían vender su oro a los muchos compradores que abundan en las calles, pero prefieren conservarlo: el oro no pierde valor como el bolívar, que solo este año cayó 50 %.
La ciudad nació como un fuerte militar en 1895, en medio del conflicto entre Venezuela y el Reino Unido por la región del Esequibo. Los más ancianos recuerdan que, antes, cuando llovía, el oro afloraba en las calles de barro. Hoy esas calles son de asfalto deteriorado, recorridas por motos que van y vienen sin cesar.
La riqueza mineral de la zona atrajo al crimen organizado y a grupos armados que explotan las minas de forma ilegal. Las extorsiones son habituales y entre 2016 y 2020 al menos 217 personas murieron en enfrentamientos entre bandas. Los ambientalistas denuncian un desastre ecológico y los derrumbes en las minas se han cobrado decenas de vidas.En los alrededores de El Dorado, los campamentos procesan la arena con oro. Con motores adaptados y mercurio separan las diminutas partículas del metal. Luego, las calientan con sopletes para eliminar impurezas antes de venderlas. El trabajo es duro y peligroso.
Una familia de cinco integrantes puede pasar cuatro horas procesando una tonelada de arena para obtener un solo gramo de oro. Ese día, para ellos, fue un buen día.