La reciente escalada del conflicto entre Israel, Irán y Estados Unidos ha sacudido el panorama geopolítico de Oriente Medio, exponiendo las fisuras en la ambición de China de consolidarse como una potencia influyente en la región. Durante años, Pekín ha cultivado relaciones económicas y diplomáticas con países de Oriente Medio, particularmente con Irán, presentándose como un contrapeso a la hegemonía estadounidense. Sin embargo, la guerra relámpago iniciada por Israel el trece de junio de dos mil veinticinco, seguida por los ataques estadounidenses a instalaciones nucleares iraníes, ha puesto en evidencia los límites del poder chino para moldear los acontecimientos en una región volátil. Este análisis explora cómo el conflicto ha revelado las debilidades de la estrategia china, sus intereses en juego y las implicaciones para su proyección global.
El ascenso truncado de China en Oriente Medio
China ha trabajado meticulosamente para posicionarse como un actor clave en Oriente Medio, una región crítica para sus necesidades energéticas y su estrategia geopolítica. Más del diez por ciento de su petróleo proviene de Irán, y cerca del cuarenta y tres por ciento de sus importaciones de crudo tienen origen en el Golfo Pérsico. En dos mil veintiuno, Pekín firmó un acuerdo de cooperación económica con Teherán por cuatrocientos mil millones de dólares, asegurando acceso preferencial a petróleo y gas a cambio de inversiones en infraestructura iraní. Este pacto, junto con la mediación exitosa de China en el acuerdo de paz de dos mil veintitrés entre Irán y Arabia Saudita, fue celebrado como un hito de la diplomacia china, sugiriendo que Pekín podía rivalizar con Washington como mediador regional.
Sin embargo, la guerra entre Israel e Irán, intensificada por la intervención estadounidense el veintiuno de junio de dos mil veinticinco, ha expuesto las limitaciones de esta influencia. A pesar de su retórica de condena a los ataques israelíes y estadounidenses, China se ha abstenido de acciones concretas, limitándose a llamados a la desescalada y al diálogo. Según expertos, Pekín carece de las herramientas militares y diplomáticas necesarias para intervenir directamente en un conflicto de esta magnitud, especialmente cuando involucra a actores como Estados Unidos e Israel, con quienes mantiene relaciones complejas pero necesarias.
Intereses económicos en juego
El conflicto ha puesto en riesgo los intereses económicos de China en la región, particularmente su dependencia del petróleo iraní y del libre tránsito por el Estrecho de Ormuz, por donde pasa el veinte por ciento del petróleo y gas comercializados globalmente. Un bloqueo de este corredor, como amenazó Irán en respuesta a los ataques, podría desencadenar una crisis energética que afectaría gravemente la economía china, ya debilitada por un crecimiento lento. La posibilidad de que Israel ataque la isla de Jark, un nodo clave para las exportaciones petroleras iraníes, agrava estas preocupaciones.
A diferencia de Rusia, que ha priorizado intereses estratégicos sobre los comerciales en Oriente Medio, China está profundamente integrada en la economía global. Esto la hace vulnerable a las disrupciones en la región, pero también restringe su capacidad de tomar partido de manera decisiva. Pekín no puede permitirse alienar a los estados del Golfo, como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, que son socios comerciales vitales, ni enfrentarse directamente a Estados Unidos, cuya presencia militar en la región sigue siendo abrumadora.
Una diplomacia prudente pero ineficaz
La respuesta de China al conflicto ha sido marcadamente cautelosa. El Ministerio de Exteriores chino condenó los ataques estadounidenses e israelíes, calificándolos de violaciones al derecho internacional, y expresó su disposición a mediar para evitar una escalada mayor. Sin embargo, esta postura no ha traducido en influencia tangible. Como señaló William Figueroa, experto de la Universidad de Groningen, China tiende a culpar a Israel por la escalada, pero su enfoque se centra en el diálogo y la negociación, evitando compromisos directos que impliquen riesgos militares o políticos significativos.
El contraste con el acuerdo de dos mil veintitrés entre Irán y Arabia Saudita es notable. En aquel entonces, China capitalizó un momento de fatiga diplomática entre las partes para facilitar un acercamiento. Pero el actual conflicto, con su intensidad y la participación directa de Estados Unidos, presenta un desafío mucho mayor. Pekín no tiene la capacidad de presionar a Israel o a Washington, y su oferta de mediación ha sido ignorada.