El pasado 12 de junio, durante un evento en Curitiba, el gobernador de Santa Catarina, Jorginho Mello, pronunció una frase que, aunque en tono jocoso, reavivó un debate histórico: “Si las cosas no funcionan allá arriba, tomamos una cinta métrica, trazamos una línea y hacemos ‘el Sur es nuestro país’, ¿no?”. Dirigida a sus pares de Rio Grande do Sul, Eduardo Leite, y de Paraná, Ratinho Júnior, la declaración aludió al movimiento O Sul é Meu País, que desde hace más de tres décadas promueve la independencia de los tres estados del Sur de Brasil para constituir una nación autónoma. ¿Cuáles son los orígenes de este proyecto separatista y qué factores lo sostienen en la actualidad?
Raíces históricas del separatismo sulista
El anhelo de autonomía en la región sur de Brasil no es un fenómeno reciente. Sus antecedentes se remontan al siglo XIX, durante el período del Imperio y la Primera República. Conflictos como la Revolución Farroupilha (1835–1845) en Rio Grande do Sul y la Guerra do Contestado (1912–1916), que involucró a Santa Catarina y Paraná, evidencian las tensiones entre las provincias del Sur y el poder central. Sin embargo, estas rebeliones no fueron exclusivas de la región: otros movimientos como la Cabanagem o la Guerra de Canudos reflejan un proceso de unificación nacional marcado por la represión de disidencias regionales.
El sociólogo Gabriel Pancera Aver, investigador de la Universidad Estatal de Londrina (UEL), sostiene que el federalismo brasileño se consolidó “sobre una serie de violencias”. El separatismo actual, representado por O Sul é Meu País, pone más énfasis en la construcción de una identidad regional que en disputas económicas o políticas concretas.
La centralidad de la identidad
Fundado en 1992, en un contexto de crisis económica y política, O Sul é Meu País logró perdurar, a diferencia de otros movimientos como Pampa Livre o el Partido da República Farroupilha. Su discurso se articula en torno a la percepción de que los estados del Sur aportan muchos impuestos al gobierno federal, pero reciben pocos servicios. Sin embargo, Aver señala que su verdadero motor es identitario: “Se basa más en el ‘somos sulistas’ que en una propuesta políticamente consistente”.
Esta identidad sulista, aunque poderosa, es ambivalente: reivindica tanto la herencia indígena como la influencia de inmigrantes europeos.
Contradicciones y matices problemáticos
El discurso separatista incurre en incoherencias. La idea de que el Sur puede sostenerse solo choca con hechos como las inundaciones de 2024 en Rio Grande do Sul, que requirieron apoyo federal. En contextos de crisis, los sulistas apelan a la solidaridad nacional, pero suelen rechazarla en otras discusiones.
También existe un discurso que roza lo xenófobo, al caracterizar a migrantes internos como “invasores” o “extranjeros”. “No se afirma que el otro es inferior, sino que nosotros somos superiores”, advierte Aver.
La influencia del contexto político
En 2017, O Sul é Meu País organizó una consulta informal donde 325.000 personas —el 2% del electorado regional— votaron a favor de la independencia. Aunque no vinculante, reveló capacidad de movilización.
El movimiento carece de un plan concreto de secesión. Su presidente, Ivan Feloniuk, promueve ahora una Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) para fortalecer el federalismo descentralizado. El proyecto será presentado en noviembre de 2025 en Canoas, Rio Grande do Sul.
Interacción con el bolsonarismo
Durante las elecciones de 2022, muchos simpatizantes separatistas se identificaban más con el nacionalismo brasileño que con la causa sulista. Aver se pregunta si, tras el declive del bolsonarismo, mantendrán esa postura en el futuro.
¿Un proyecto viable o un sueño identitario?
La frase de Jorginho Mello, aunque irónica, refleja un sentimiento profundo en la región. Pero también expone las contradicciones de O Sul é Meu País, que sigue operando más en el plano simbólico que en el político. Sin una propuesta concreta y viable, el “país del Sur” sigue siendo un anhelo identitario más que una posibilidad real.
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