En un desarrollo sin precedentes, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, han finalizado un acuerdo para poner fin al conflicto en Gaza, que lleva 20 meses, en un plazo de dos semanas, sentando las bases para una reestructuración transformadora del panorama geopolítico de la región. Según informó Israel Hayom el 26 de junio de 2025, el plan incluye la salida de los líderes de Hamás, la liberación de rehenes y una ambiciosa expansión de los Acuerdos de Abraham para incluir a Siria, Arabia Saudita y otras naciones árabes y musulmanas. Si se implementa, este acuerdo podría marcar un momento crucial en la diplomacia de Oriente Medio, aunque su viabilidad enfrenta un intenso escrutinio.

Un plan para poner fin a la guerra en Gaza

El núcleo del acuerdo entre Trump y Netanyahu es la finalización de las hostilidades en Gaza en un plazo de 14 días. Según fuentes, cuatro países árabes, entre ellos Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, asumirían el control administrativo de la Franja de Gaza, reemplazando a Hamás, organización considerada terrorista por Estados Unidos e Israel. Los líderes restantes de Hamás serían exiliados a países como Qatar o Turquía, una medida destinada a desmantelar el control del grupo sobre el territorio. A cambio, se liberaría a los aproximadamente 50 rehenes que aún permanecen, de los cuales se cree que menos de la mitad están vivos, cumpliendo un objetivo clave de Israel.

El plan también propone la emigración voluntaria de gazatíes que deseen abandonar el enclave devastado por la guerra, con varias naciones del mundo aceptando recibirlos. Aunque no se han especificado los países de acogida, esta disposición ha generado un intenso debate, con críticos que argumentan que podría asemejarse a un desplazamiento forzado, algo que tanto Trump como Netanyahu han negado. El acuerdo presenta esta medida como un esfuerzo humanitario para ofrecer a los gazatíes una vía de escape de un territorio destruido por el conflicto, aunque líderes regionales, como Egipto y Jordania, han rechazado propuestas similares en el pasado.

Ampliación de los Acuerdos de Abraham

Un pilar central del acuerdo es la expansión de los Acuerdos de Abraham, los pactos de normalización de 2020 negociados por Trump entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos. El nuevo plan contempla la incorporación de Siria y Arabia Saudita, dos actores clave en la región, junto con otros países árabes y musulmanes. Esto representaría un cambio drástico, especialmente para Arabia Saudita, que históricamente ha condicionado la normalización con Israel a avances concretos hacia un Estado palestino.

La inclusión de Siria, ahora bajo un nuevo gobierno tras la caída del régimen de Assad, es particularmente notable. Informes recientes indican contactos directos entre Israel y Siria, facilitados por incentivos económicos y el levantamiento de sanciones estadounidenses, lo que sugiere un enfoque pragmático hacia la integración regional. De concretarse, esta expansión podría reconfigurar las alianzas en Oriente Medio, creando una coalición más amplia contra Irán, un adversario común para Israel y varios estados árabes.

Una visión condicional de dos Estados

En un giro sorprendente respecto a la postura de su coalición, Netanyahu ha aceptado expresar la disposición de Israel para trabajar hacia una solución de dos Estados, siempre que la Autoridad Palestina (AP) implemente reformas significativas. La AP, con sede en Ramala, tendría que abordar problemas de corrupción y gobernanza antes de asumir un rol en el futuro de Gaza. Esto representa un delicado equilibrio para Netanyahu, cuya coalición de extrema derecha, que incluye al ministro de Finanzas Bezalel Smotrich y al ministro de Relaciones Exteriores Gideon Sa’ar, se opone firmemente a la creación de un Estado palestino. La opinión pública en Israel, endurecida por los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, también muestra escepticismo hacia este marco, según encuestas recientes.

A cambio, Estados Unidos reconocería una soberanía israelí limitada en partes de Cisjordania, conocida en Israel como Judea y Samaria. Esta concesión, aunque controvertida, refleja el enfoque transaccional de Trump en la diplomacia, ofreciendo a Israel una ganancia tangible a cambio de su compromiso con futuras negociaciones. Sin embargo, los detalles de esta “soberanía limitada” son vagos, lo que genera preguntas sobre su alcance y sus implicaciones para las demandas territoriales palestinas.

Reacciones regionales y globales

El acuerdo ha generado una amplia gama de reacciones. Naciones árabes, como Arabia Saudita, Egipto y Jordania, han reiterado su oposición a cualquier plan que implique el desplazamiento de palestinos, subrayando que la reconstrucción de Gaza debe realizarse con sus residentes en el territorio. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Arabia Saudita emitió un comunicado el 27 de junio de 2025, reafirmando que la normalización con Israel depende de un camino claro hacia un Estado palestino, una condición que podría complicar la expansión de los Acuerdos de Abraham.

Hamás, por su parte, ha rechazado el plan de manera categórica, con el alto cargo Sami Abu Zuhri calificándolo como una “receta para el caos” que socava la autodeterminación palestina. La insistencia del grupo en mantener un rol en la gobernanza de Gaza representa un obstáculo significativo, especialmente porque ha comenzado a reafirmar su control desde que entró en vigor el alto el fuego el mes pasado. La Autoridad Palestina, rival de Hamás, también ha expresado reservas, con el presidente Mahmoud Abbas afirmando que Gaza es una “parte integral” de un futuro Estado palestino.

Los aliados occidentales, incluida la Unión Europea y las Naciones Unidas, han expresado preocupaciones sobre la compatibilidad del plan con el derecho internacional. El secretario general de la ONU, António Guterres, enfatizó la necesidad de una solución de dos Estados que preserve a Gaza como parte de un Estado palestino, advirtiendo contra cualquier forma de desplazamiento forzado. Líderes europeos, preocupados por el potencial desestabilizador del plan, han pedido esfuerzos diplomáticos renovados centrados en los derechos palestinos.

Desafíos y escepticismo

La ambiciosa envergadura del acuerdo está acompañada de desafíos formidables. La propuesta de exiliar a los líderes de Hamás asume su disposición a rendirse, una perspectiva dudosa dado su resistencia tras 20 meses de intensas operaciones militares israelíes. De manera similar, la expectativa de que varias naciones acepten a emigrantes gazatíes enfrenta resistencias, ya que países como Egipto y Jordania han rechazado categóricamente acoger a refugiados palestinos, citando preocupaciones económicas y políticas. Europa y Canadá, lidiando con la fatiga migratoria, también son candidatos improbables.

En Israel, la coalición de Netanyahu enfrenta tensiones internas. Los ministros de extrema derecha, que abogan por restablecer asentamientos israelíes en Gaza, podrían rechazar la retórica de los dos Estados, aunque sea condicional. La opinión pública israelí, aunque favorable al fin del conflicto, está profundamente dividida sobre las concesiones territoriales, con una reciente encuesta del Instituto de Políticas del Pueblo Judío mostrando que el 70% de los israelíes judíos apoyan la despoblación de Gaza como una solución “práctica”, mientras que los israelíes árabes se oponen mayoritariamente.

El papel de Trump en el acuerdo también ha levantado sospechas. Su propuesta de febrero de 2025 de “tomar el control” de Gaza y reasentar permanentemente a su población generó una amplia condena, con críticos calificándola de limpieza étnica. La Casa Blanca aclaró posteriormente que no se comprometerían tropas ni fondos estadounidenses para la reconstrucción de Gaza, y el equipo de Trump ha presentado la emigración como voluntaria.

Una apuesta de alto riesgo

El acuerdo entre Trump y Netanyahu representa una apuesta audaz para resolver uno de los conflictos más intratables del mundo mientras se reconfigura el orden geopolítico de Oriente Medio. Su éxito depende de negociaciones delicadas con estados árabes, la cooperación de un liderazgo palestino fracturado y la aquiescencia de Hamás, una tarea monumental dado el historial de desconfianza en la región. Sin embargo, la audacia del plan refleja el enfoque de Trump basado en negociaciones y la necesidad de Netanyahu de fortalecer su posición interna en medio de un juicio por corrupción en curso, que Trump habría vinculado al esfuerzo de paz al abogar por su suspensión.

En las próximas dos semanas, el mundo estará atento. ¿Se mantendrá el alto el fuego y podrán persuadirse las naciones árabes para administrar Gaza? ¿Podrá el compromiso condicional de Israel con una solución de dos Estados sobrevivir a la oposición interna? ¿Y logrará la expansión de los Acuerdos de Abraham la estabilidad regional que Trump imagina? Las respuestas definirán no solo el futuro de Gaza, sino también la trayectoria más amplia de Oriente Medio.

Por ahora, el acuerdo se presenta como un paso valiente, aunque precario, hacia la paz, o un posible punto de inflamación para más conflictos. Como señaló un analista israelí: “Trump ve a Gaza como un negocio inmobiliario, pero Oriente Medio no es Mar-a-Lago”. Los próximos días revelarán si esta visión puede trascender la retórica y lograr un cambio duradero.